Cuando pienso en lo que está pasando, una de las primeras cosas que me viene a la cabeza es el preocupante aumento de la desigualdad económica.
Hemos optado por un sistema en el que la competitividad marca las diferencias. Esta manera de funcionar, en sí, no es mala. Basar el éxito en ser capaces de ofrecer un producto, que puede ser nuestra propia persona, para el que seamos capaces de crear una demanda, nos obliga a una mejora continua. Eso está bien. Pero en la realidad, las cosas no funcionan así. Para que exista una competencia equitativa, no debe de haber ninguna circunstancia, que altere la oferta o la demanda, diferente a la idoneidad del producto.
El poder económico, que en muchas ocasiones, se debe a un exceso de concentración de algunos sujetos económicos en sus mercados, tiende a buscar monopolios y, si no, instituciones a las que ahora se les llama “sistémicas” para perpetuarse en su posición dominante. Con ello consiguen crear demandas casi cautivas y expulsan de la competencia, por razones diferentes a los propios productos, a sus competidores.
La concentración en los mercados, favorece, indudablemente, a las grandes corporaciones y desincentiva al resto de los oferentes. Este es un primer y grave problema, el siguiente es que esas grandes corporaciones se vuelven ineficientes, por la falta de competencia, y basan su rentabilidad, no en una organización adecuada, sino en la apropiación de la rentabilidad de sus partícipes. En muchos casos, incluso, anteponen los intereses de sus dirigentes sobre los de sus propietarios.
Mi razonamiento conduce a pensar que una parte importante, demasiado importante, del excedente económico mundial, va a parar a un número muy pequeño de personas. Esta circunstancia conduce, inexorablemente, a una desigualdad cada vez mayor.
La solución, en mi opinión, no es que todos los sujetos económicos busquen ser grandes corporaciones para gozar de las ventajas discriminatorias de los grandes, entre otras cosas, porque no es posible, sino que se deben de evitar los abusos de las concentraciones de poder económico y dar oportunidad, a todos los participantes en los mercados, de conseguir su parte razonable de los excedentes económicos.
El cómo hacerlo es harina de otro costal.