«¿Para quién soy? Asamblea de llamados para la misión.» Una nueva mirada antropológica para la Iglesia Española.

Congreso de las vocaciones de la CEE, por Enrique Mur.

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Del viernes 7 al domingo 9 de febrero, el pabellón Madrid Arena recibió a tres mil congresistas -cien de ellos aragoneses- de todas las diócesis españolas. El esquema de esta importante cita eclesial se sostuvo sobre momentos de oración, ponencias, cuatro itinerarios con numerosos talleres de múltiples temáticas, y celebraciones litúrgicas. Asimismo, atravesando como estamos una edad de oro religioso-musical joven, sería injusto olvidar la intensa y cuidada presencia de varios coros y grupos de nuestra Iglesia (Hakuna, Shemá, Hermanas de Santa Clara…).

Hasta aquí, si no diéramos un paso más y nos adentráramos en el verdadero sentido profundo del Congreso, habríamos hecho una descripción convencional de la cita, más o menos brillante, pero que respondería a un esquema previsible e intercambiable con otras ya vividas. Pero lo decisivo aquí, viniendo como venimos de tiempos en los que las acciones vocacionales tendían a centrarse en la sacerdotal o la consagrada, es la unión inseparable entre lo antropológico (¿quién soy yo?) y lo vocacional (¿a qué estoy llamado?).  

Quién soy yo; qué hago aquí; qué es esto; qué hay más allá de la vida y la muerte… Estas y otras preguntas de este tipo nos las hemos planteado los hombres y mujeres desde que disponemos del uso de la razón abstracta. De hecho, están permanentemente latentes en nuestro día a día, aunque la actividad nos permita sublimarlas y vivir aparentemente por encima de ellas. De hecho, resolverlas es la fuente de todo el pensamiento religioso, filosófico e, incluso, artístico de la historia de la humanidad.

Pero la Iglesia española en este Congreso nos propone una pregunta más en forma de lema, y además en clave vocacional, situándonos automáticamente en una perspectiva antropológica diferente, y que se nos antoja que es una tierra nueva en la que adentrarnos en el amor a la luz de la fe y de la esperanza.

El presidente del CEE, monseñor Luis Arguello, en la homilía de la Eucaristía de envío (disponible en Youtube…), en el final del Congreso, fue profético y no se anduvo con cautelas innecesarias. La Iglesia española hoy está llamada a proponer una antropología diferente a la que él llamó Antropología de Estado y que no es otra que la Antropología de Comunión. Proclamar Para quién soy, como lema del Congreso, supone declarar como insuficientes las preguntas completamente individuales porque conducen a un solipsismo y un aislamiento, propios de nuestro tiempo, pero que resultan asfixiantes e insoportables. No se puede vivir sin salir de uno mismo; siempre vivimos en relación, y cerrarnos a ello supone una sentencia, una garantía total para el fracaso humano de quien se abrace a ello.

El cristianismo es una fe personal, porque Dios te habla a ti con tu nombre y de manera directa e íntima, donde nadie puede entrar, en la conciencia (S. Juan Pablo II); pero paradójicamente esta realidad hay que vivirla de manera social y colectiva para que no quede estéril (Benedicto XVI). Y esta es la propuesta del Congreso.

En la vocación, que es algo personal de cada creyente, diferente y plural, la identidad y la misión van unidas. La diversidad de talleres de este Congreso -nada menos que sesenta y cuatro- apunta a esa conversación interior en el Espíritu, vocacional por propia naturaleza, y que conduce, al vivirse comunitariamente, a una fertilidad y diversidad eclesial impresionantes en la misión.

Nuestra esperanza es que este Congreso sea realmente un antes y un después para una Iglesia española necesitada de sinodalidad y de corresponsabilidad para responder a los retos que le salen al paso en su caminar en la historia. Una nueva mirada siempre es el primer paso de una época nueva.