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jueves, noviembre 21, 2024
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Chad, ¿renace la esperanza?

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Ayer, había acordado con Halou, un joven antiguo alumno, que me pasaría muy temprano por su casa para cargar en nuestra camioneta los tablones de madera que transportaríamos al Centro. Halou es carpintero, aprendió el oficio en nuestro taller y ahora sigue estudiando en el liceo a la vez que procura abrirse camino laboralmente haciendo pequeños trabajos en su propia casa -bueno, digo mejor, en casa de sus tíos, quienes lo tienen acogido-. Con él y otros compañeros intentamos poner en marcha una pequeña cooperativa. Precisamente por eso, Halou está construyendo unas mesas, sillas y estanterías para amueblar, aunque sea mínimamente, dos locales contiguos que hemos podido alquilar para ellos y para otros que trabajarán el sector de la costura. Como se puede adivinar, en casa de sus tíos no dispone de las herramientas necesarias para culminar un buen trabajo, aún cuando aquí todo es bastante rudimentario y hay que ingeniárselas con muy escasos medios. Por eso íbamos a cargar unos grandes tablones y a encaminarnos hacia el Centro donde disponemos de una sierra eléctrica alimentada energéticamente por un buen grupo electrógeno. Pero la operación se frustró porque las dimensiones de los tablones excede, con mucho, las que la pequeña camioneta se puede permitir en un trayecto de 8 kms. con miles de baches y boquetes. Así que entró en ejecución el plan B, que era pagar el transporte a mano -con ayuda de unos carritos- a unos fortachones mozos que se ganan la vida normalmente en el mercado a base de músculo, quienes en varios viajes de ida y vuelta llevarían tal material bruto a un taller que dispone de sierra y que se encuentra a una distancia de 1 km. de la casa de Halou. Toda esta peripecia es de lo más habitual aquí para cualquiera que trabaja. Esto es el subdesarrollo profundo. Y lo que resulta difícil de digerir es que se vislumbra que va para largo… muy largo si permaneciera el cierto desánimo que se ve y del que hablan quienes entienden mucho de esto y la desmotivación para emprender caminos de cambio.
En estos días en los que intento conocer mejor y aprender cuanto pueda de este país, de su cultura y de su gente, me esfuerzo por encontrar razones para la esperanza en un lugar tan alejado de lo que en el mundo desarrollado denominamos o calificamos como bienestar, progreso y prosperidad.
«América latina: renace la esperanza». Así decía un slogan sobre un mapa que hace unos veintitantos años, en uno de mis viajes a Ecuador, podía leer con alegría y celebrar la realidad que expresaba.
Sí, en efecto. Aunque el panorama social, político y económico de aquellas latitudes americanas en aquellos tiempos no daba para muchas alegrías ni celebraciones, se notaba en el ambiente, en los comportamientos de la gente, en las actitudes de la base social, en los predicamentos de los líderes de opinión, en las reivindicaciones de los grupos sociales y religiosos y en la riqueza de la vida de la comunidad, que algo muy bonito iba a emerger después de largos años de depresión y desmoralización: estaba renaciendo la esperanza.
No sé si eso de «África -o Chad-: renace la esperanza», se podría decir aquí y que no respondiera solo a un deseo utópico. Quiero pensar que sí, que es posible la esperanza, que el cambio está en marcha. Pero debo confesar que los motivos para esta esperanza, desde una visión puramente realista y empírica, son muy débiles. Nada recomendaría ese posicionamiento en una apuesta.
Pero yo, a pesar de todo, apostaría por la esperanza. Si no, ¿qué hago aquí? En esta tierra tan castigada por el abuso de los poderosos y por la indiferencia de los «buenitibios» (que me la acabo de inventar) noto, cuando me hago estos planteamientos, que refuerza su sentido mi ser Misionero de la Esperanza. Y es que veo a Halou y a sus compañeros y, además, observo con atención a los niños y jóvenes del Centro, con sus deseos y sueños, con la fuerza y la confianza en las propias posibilidades que cada día demuestran y con su atracción ansiosa por una vida más digna y un mundo más justo y siento que eso es imparable. Pero tengo que seguir descubriendo día a día y aprendiendo que esto hay que leerlo, afirmarlo y darlo por seguro teniendo fe en la metáfora evangélica del grano de mostaza y la levadura. Esa es la clave. Y llegará… ¡ya lo creo que llegará!.

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